El 10 de julio de 1988 -alguien se precipitó a apagar la luz- y tras la muerte de Enrique Lihn, comienza a tomar cuerpo un legado que gracias a la preocupación y cuidado de su hija Andrea, hoy se materializa en una Fundación que tiene como objetivo resguardar una obra de por sí arrolladora, expresada además de poesía, en ensayos críticos, obras de teatro, novela, cuentos, ilustraciones y cómics, entre los que destaca un happening llamado Adiós a Tarzán, donde la muerte de Johnny Welssmuller dio pie para que este versátil autor mostrase al clown que llevaba dentro, quien además se opuso a ese eterno inconformismo intelectual que lo impulsó a desacralizar el discursillo literario y la cháchara demagógica, distanciándose del vedetismo hegemónico del oficialismo, razón por la cual propició en gran medida lo expresado por Roberto Bolaño, “Lihn es uno de los poetas peor leídos en Chile”.
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